El Chileno André Sougarret el líder y cerebro del rescate de los 33 mineros chilenos a 725 metros de profundidad. El rescate mas grande en las profundidades de la tierra.



Ocurrió hace 7 años, en el desierto, en el medio de nada, a más de 700 metros de profundidad. 33 trabajadores de la mina San José quedaron atrapados tras un derrumbe que bloqueó la salida a la superficie. Literalmente tragados por tierra. La horrenda pesadilla de quedar enterrados en vida.
El resto es historia conocida: la desesperación, la tristeza de pensarlos muertos, la alegría de recibir una prueba de vida; el deber de devolverles "El Padre del Hogar" a esas familias llenas de angustia y temor.
69 días estuvieron los mineros atrapados en un infierno en el que no estuvieron solos. Arriba, hombres y mujeres trabajaron juntos para hacer realidad el milagro. Y en esa tarea: un líder, una mente, un estratega que logró lo imposible.
A André Sougarret nadie lo llamó, nadie lo buscó con ofertas de dinero ni de fama.
"Yo tengo mucha experiencia en minería pero no conocía el lugar, nunca había escuchado hablar de la mina San José. Fui ahí por mi cuenta, a ver si podía ayudar en algo. Cuando llegué noté que todo era un caos, que nadie entendía bien cómo había que trabajar. Me faltaban muchas cosas, entre ellas información sobre la mina y sobre la geología del lugar. Nadie sabía dármela. Pero armé equipos y me puse a trabajar. Siempre me había sentido en deuda por no haber hecho cosas por los demás; así que para mí era un regalo, una oportunidad de hacer algo por otros", cuenta Sougarret.
Algo que llama la atención de André es cómo conviven en él una personalidad sensible y muy humana, con un profesional meticuloso, racional y exigente
Quienes estuvieron esos días allí dan fe: "El operativo de rescate de los mineros fue súper profesional, de primer mundo", cuenta a esta cronista, Marcos Stupenengo, periodista  que estuvo cubriendo la noticia desde el lugar de los hechos.
"Por un lado estaban las familias, los periodistas, la policía, todos viviendo durante meses en carpas, camionetas, motor-homes. Era una convivencia forzada porque no había alternativa. Pero, durante todo el tiempo, existió una armonía y sentimiento de familia entre todos que hizo que las cosas funcionaran bien. Del otro lado del cerco había ingenieros, operarios de todo tipo y sobre todo, máquinas gigantescas que llegaban de todo el mundo con la esperanza de que fueran las que abrieran el camino a la libertad, de los 33 mineros que volvieron a nacer. Al final en el corto plazo todo resultó bien para ellos, aunque cómo siguió su vida, en algunos casos es un misterio".
En esta entrevista, Sougarret devela parte de este misterio y cuenta qué le dejó la experiencia más intensa y desafiante de su vida
-Muchas gracias por su tiempo y por compartir esta historia con los lectores de Infobae. ¿Qué se siente, desde lo personal y desde lo profesional, haber participado activamente en un hecho histórico, con tanta repercusión internacional, que además salvó la vida de 33 personas?
-Para mí es el trabajo profesional más importante que he hecho. Pero más allá de lo técnico, como bien dice usted, hay un componente humano fuerte. Siempre pensé, en lo personal, que estaba al debe en cuanto al servicio hacia otras personas, creo que esta fue una oportunidad que se me presentó y creo que la cumplimos cabalmente. Poder ayudar a todas esas familias, amainar toda esa angustia que vivieron en ese período en el que prácticamente todo el mundo decía que los mineros estaban muertos… y finalmente poder rescatarlos sanos y salvos, fue un alimento para el alma.

-¿Con qué aspectos tuviste que luchar más? ¿Cuál era tu mayor enemigo? ¿La presión? ¿El tiempo? ¿La geología?
-Primero fue la información, porque no era fidedigna. La gente que trabajaba ahí tenía datos muy parciales y vagos, poco técnicos, no podíamos tomar decisiones en base a ellos. Además eso venía acompañado por la presión mediática que buscaba responsables de lo sucedido.

Y, por otro lado, la angustia, fue un gran gatillante de la presión de los familiares que esperaban una respuesta – positiva o negativa – pero una respuesta al fin. Al principio no estábamos en condiciones de decirles nada y tuvimos que lidiar con toda esa presión, con la sensación de recibir todo tipo de acusaciones, que eran entendibles porque la gente estaba muy angustiada por sus seres queridos.

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